A la vera de la autopista 128, cerca del poblado de Boonville, se encuentra una pequeña cruz. Si la cruz hablara, les contaría la siguiente historia:
Hace siete años, mi hermano Michael se encontraba de visita en la finca de un amigo. Decidieron salir a cenar. Joe, quien solo había tomado una copa, se ofreció para conducir.
Los cuatro amigos tomaron alegremente la sinuosa carretera. No sabían adónde los conduciría, porque nadie lo sabía. De repente el coche viró hacia el otro carril y se estrelló de frente con el automóvil que venía en dirección opuesta. Mientras tanto, en nuestro hogar estabamos viendo la película E.T. por televisión, junto al acogedor fuego de la chimenea. Tan pronto se terminó todos nos acostamos. A las dos de la mañana un oficial de la policía despertó a mi madre con la devastadora noticia. Michael estaba muerto.
Al amanecer encontré a mi madre y a mi hermana llorando. Me quedé petrificado<<¿Qué sucede?>>, pregunté mientras me frotaba los ojos, todavía cargados de sueño.
Mi madre suspiró profundamente.<<Ven aquí...>>
Así se inicio un tortuoso viaje a través del dolor, en el cual las carreteras no conducen a sitio alguno. Todavía me duele acrdarme de aquel día.
Lo único que me consuela es narrar esta triste historia, con la esperanza de que la recordarás el día que tengas la tentación de abordar un coche con un conductor que haya tomado una copa, sólo una copa.
Joe tómo la ruta que no llegaba a sitio alguno. Fue condenado por homicidio culposo y encarcelado durante un tiempo. Sin embargo, el verdadero castigo es tener que vivir con las consecuencias de su acción. Nos propinó una herida en el corazón que jamás sanará, y nos dejó con una pesadilla que pertubará su existencia y la nuestra hasta el fin de nuestros días. También nos dejó la pequeña cruz junto a la autopista 128.
Hace siete años, mi hermano Michael se encontraba de visita en la finca de un amigo. Decidieron salir a cenar. Joe, quien solo había tomado una copa, se ofreció para conducir.
Los cuatro amigos tomaron alegremente la sinuosa carretera. No sabían adónde los conduciría, porque nadie lo sabía. De repente el coche viró hacia el otro carril y se estrelló de frente con el automóvil que venía en dirección opuesta. Mientras tanto, en nuestro hogar estabamos viendo la película E.T. por televisión, junto al acogedor fuego de la chimenea. Tan pronto se terminó todos nos acostamos. A las dos de la mañana un oficial de la policía despertó a mi madre con la devastadora noticia. Michael estaba muerto.
Al amanecer encontré a mi madre y a mi hermana llorando. Me quedé petrificado<<¿Qué sucede?>>, pregunté mientras me frotaba los ojos, todavía cargados de sueño.
Mi madre suspiró profundamente.<<Ven aquí...>>
Así se inicio un tortuoso viaje a través del dolor, en el cual las carreteras no conducen a sitio alguno. Todavía me duele acrdarme de aquel día.
Lo único que me consuela es narrar esta triste historia, con la esperanza de que la recordarás el día que tengas la tentación de abordar un coche con un conductor que haya tomado una copa, sólo una copa.
Joe tómo la ruta que no llegaba a sitio alguno. Fue condenado por homicidio culposo y encarcelado durante un tiempo. Sin embargo, el verdadero castigo es tener que vivir con las consecuencias de su acción. Nos propinó una herida en el corazón que jamás sanará, y nos dejó con una pesadilla que pertubará su existencia y la nuestra hasta el fin de nuestros días. También nos dejó la pequeña cruz junto a la autopista 128.
Chris Laddish, 13 años