martes, 4 de septiembre de 2012

Bajo tierra a los diecisiete

Un zarpazo de dolor desgarra mi cerebro. Estoy petrificado. Cuando recién me trajeron me sentí muy solo, agobiado por la pesadumbre y esperando encontrar a algún ser compasivo.
No encontré consideración alguna. Solo pude ver miles de cuerpos tan severamente mutilados como el mío. Me asignaron un número y una categoría. Ésta se denominaba "fatalidades de tránsito".

El día de mi deceso coincidió con un día de colegio ¡Cómo me arrepiento de no haber tomado el autobús escolar! Pero pensaba que el bus era para chiquillos y no para tipos frescos como yo. Aún recuerdo cómo logré sonsacarle el automóvil a mi madre "Hazme un favor especial, mamá. Absolutamente todos los chicos llevan auto al colegio". Cuando sonó la campana de salida, arrojé los libros dentro de mi gaveta. ¡Era libre como el viento hasta la mañana siguiente! Corrí emocionado hasta el estacionamiento de automóviles, pensando que eraa mi propio dueño y que estaba al mando de mis propias ruedas.

Cómo sucedió el accidente tiene poca importancia. Me puse a jugar con mi propia vida, conduciendo demasiado rápido y tomando riesgos absurdos. Pero estaba disfrutando mi libertad y gozando de lo lindo. Lo últiomo que recuerdo es que trataba de sobrepasar a una señora de edad, que al parecer conducía muy lentamente. Escuché un fragor espantoso y sentí una conmoción horrenda. Pedazos de vidrios y trozos de acero volaron por doquier. Sentí que mi cuerpo se volvía al revés. Pude escuchar mis propios alaridos. De repente desperté. Todo estaba en silencio. Observé a un oficial erguido sobre mi cuerpo. Pude ver a un médico. Mi cuerpo era un guiñapo bañado en su propia sangre. Mis carnes estaban perforadas de pies a cabeza por fragmentos de vidrio. Lo extraño es que no sentía absolutamente nada. Por favor, no me cubran la cabeza con esa sábana. Yo no puedo estar muerto. Sólo tengo diecisiete años. Esta noche tengo un compromiso. Se supone que tengo una vida maravillosa por delante. Noe he vivido nada todavía. ¡No puedo estar muerto!

Déspues de cierto tiempo me colocaron en una nevera. Mis padres vinieron a identificarme. ¿Por qué tuve que mirar a mamá a los ojos, mientras enfrentaba la prueba más dura de su vida? De repente papá envejeció. Le dijo al encargado: "Sí, este es nuestro hijo".

El entierro fue bien extraño. Pude observar cómo mis parientes, amigos y allegados se acercaban al ataúd. Sus miradas reflejan la tristeza más profunda que yo jamás haya visto. Algunos de mis amigos lloraban desconsoladamente. Al pasar algunas de las chicas me acariciaban la mano, sollozando.

¡Por favor, que alguien tenga la caridad de despertarme! Sáquenme de aquí. No soporto ver a mis paders padeciendo tanto. Mis abuelos están tan sobrecogidos por el dolor que a duras penas pueden caminar. Mi hermana y hermano parecen autómatas. Se mueven como robots, con la mirada extraviada. Nadie puede creer lo que está viviendo. Yo tampoco.

¡Por favor, no me pongan bajo tierra! Yo no estoy muerto. ¡Todavía tengo mucha vida que vivir! Quiero reír y correr de nuevo. Quiero bailar y cantar. ¡Por favor, no me entierren! Divino Jesús, te prometo que si me das otra oportunidad seré el conductor más cuidadoso del mundo. Sólo pido otra moportunidad. Por favor, Señor, apenas tengo diecisiete años.

JOHN BERRIO

Creo que historias como estas no hacen reflexionar sobre nuestros actos...

Hoy podemos estar aquí. talvez mañana ya no.

Todos sabemos cuando nacimos, pero nadie sabe cuando nos iremos...

Meditemos en nuestras acciones... procurando nuestro bien y el de los demás.

Seamos buenas personas en todo aspecto.

1 comentario: